Borges dice que “todo encuentro casual es una cita”. Y es que las antologías son encuentros (no siempre armoniosos) donde suele validarse esa comunicación diferida entre personas que poco se conocen en un ritual similar a un golpe de dados. Entiendo esta antología como una puerta dimensional, un cruce entre dialectalidades fronterizas que cuestiona y tensiona los límites de la geografía política, tan proclive al antojo de gobernantes o a discursos patrioteros que todavía no atajan que los puntos cardinales son tres. ¿No constituyen acaso el norte de Chile y el Sur del Perú un poema sinfónico de nuestra desolación existencial? Quizás los llamados para nombrarlo son los escritores y no los milicos.
Entrañable liga de escribas rockeros la que vive en este libro, donde habitan las voces siempre particulares de Daniel Rojas Pachas, Juan José Podestá, Juan Malebrán, Cristian Geisse, Rodrigo Ramos Bañados, Giovanni Barletty, Orlando Mazeyra Guillén, Jorge Alejandro Vargas Prado, Jorge Alejandro Vargas Prado, Luis Pacho. Los asocio a la caravana de Mad Max.
En sus páginas accedemos a relatos desgarradores, donde la narrativa intimida el flujo de la conciencia escritural, porque escribir es robarle secretos a la muerte como diría maese Lihn. A veces algunos cuentos tienden a la velocidad, la quintaesencia de los ultraístas, en otros gravita una melancolía profunda, lírica (aunque no decimonónica) y unos pocos escarban ciertos recovecos donde mora la sordidez.
Más al norte de los cenáculos santiaguinos vive una literatura que abre su rugido sin boca al sol del desierto, desafiando las aduanas, pero siempre haciéndose cargo del contrabando que implica la juglaría, las palabras desterradas de los diccionarios y aquellas carreteras polvorientas que nunca llevaron al Dorado.
Oscar Barrientos Bradasic