(El lugar donde inclino mi cabeza, Paula Bécquer, Búho de cristal ediciones, 2011)
No hay cosa más libre que
el entendimiento humano;
pues lo que Dios no violenta,
por qué yo he de violentarlo?
Sor Juana Inés de la Cruz
En el primer encuentro con la obra de Paula Bécquer se puede apreciar una portada color mora, de letras blancas y un cuadro elaborado bajo tonos cálidos. Ese cuadro, que define a una mujer morena mirando el cielo, con sus manos unidas en gesto de oración y/o esperanza, está también acompañada por un fondo rojinegro que se difumina con su pelo, más una flor amarillenta, parecida a un girasol que en perspectiva parece estar unos centímetros más adelante que la mujer. La pintura, titulada “La oración”, vive bajo la autoría de Nelson García Jiménez, artista cubano, y quizás este referente geográfico nos de pistas sobre la cercanía estética de esta obra con la labor creativa de artistas de renombre como lo fueron Diego Rivera y Frida Khalo. En definitiva, la obra visual de García Jiménez nos habla desde ya de una mujer que aferrada a su realidad (ejemplo de esto es la flor y sus cabellos que se fusionan con el fondo) busca establecer un diálogo con lo divino, mirando hacia el cielo, proyectando su pensamiento a las alturas y juntando las manos en gesto de devoción. La pintura del artista cubano es el primer recado dentro del lenguaje poético de Paula Bécquer, comunicándonos que esta obra tratará de la vida de una mujer que convive con la experiencia religiosa y la coexistencia diaria con su entorno.
El lugar donde inclino mi cabeza es un poemario cuya voz instala una experiencia femenina que relaciona los actos de fe con la peligrosidad del mundo, dirigiéndonos hacia terrenos en que el juego de la palabra y el mensaje construyen un viaje cargado de íconos y signos de sólido significado. “No expongo una palabra / el pensar de tantos días / ni subir desde el fondo/ a una verdad de a gotas / que no tiene fichas en el registro abierto / donde resbala el juego como en un crucigrama / / Las definiciones personales desgastan el credo / vale más sentir desde el punto y no explicar el movimiento” (pág. 34). Este bastidor de poemas es un recorrido mental en que una mujer se instala frente a su vida, reflexionando sobre su espíritu y el espíritu colectivo, bajo los paradigmas del ser creyente, el deber ser y el ser afectivo, donde su vida (siempre inclinada a lo divino) batalla largamente contra sus espejos y recuerdos “Yo rezo desde mi tiempo sin envenenarme” (pág. 40).
Como dos planos mentales que se transforman irremediablemente en uno, Paula Bécquer, constructora de una voz protagonista y testigo de su realidad, nos presenta este mundo posible oblicuo, que soslaya su cabeza a Dios y la poesía, en un juego de inmersión y reflexión sobre la batalla eterna con lo cotidiano. Sin embargo, esa batalla no es violenta ni crítica, es más bien una lucha constante con el vivir, relegándose a una posición de permanencia, vale decir, mantener su fe, continuar el camino, observar pero no manchar su espíritu con el entorno, como también realzar la belleza del mundo, lo cual se manifiesta con fuerza y valor en la segunda parte de su libro, el capítulo titulado “Y ser pasajero del aire” (pág. 45 – 58).
Me resulta inevitable reconocer que Paula Bécquer a pesar de construir un mundo bajo un lenguaje y labor estética que no es de mi agrado, presenta en su primera obra una voz firme, con una intención clara y que demuestra un trabajo dedicado a la poesía, el imaginario y la transmisión de un mensaje autónomo. El hablante lírico en esta ocasión no pretende universalizar ni universalizarnos, sino que solo propone dar a conocer su voz, su experiencia y su visión particular del mundo y la acción poética o más bien, el acto de escribir y escribirse. Esta perspectiva es lo que le da fuerza y dependencia al texto, a lo que cito las palabras que aparecen en la contraportada de la obra, palabras escritas por el poeta de Copiapó Fernando Rivera Lutz; “hay en esta voz tan universalmente femenina, diversos giros sobre los mundos posibles para una poética que se expande en variedad de raíces, pero tan sutilmente integradora que pareciese un solo gran poema”. El lugar dónde inclino mi cabeza es en realidad un solo poema, como una sola vida o una sola experiencia imposible de fragmentar.
El primer encuentro con la obra (la portada) nos dirige la lectura bastante bien. No nos miente ni nos oculta nada, no nos adelanta tampoco, simplemente nos guía. Nos direcciona y acerca el camino, para así posicionarnos de buena forma al comunicarnos con el texto. La pintura del artista cubano Nelson García Jiménez y el título de la obra encajan a la perfección, al igual que el color de la portada/fondo, un morado suave, delicado. Lo mismo ocurre con la función intertextual de la obra, como la cita del poeta español José Hierro (1922 – 2002) que nos da pistas de la visión poética de la autora: “[…] la poesía es como el viento, / o como el fuego, o como el mar. / Hace vibrar árboles, ropas, / abraza espigas, hojas secas, / acuna en su oleaje / los objetos que duermen en la playa […]” (pág. 47).
El Lugar dónde inclino mi cabeza es una obra completa y estable. Autosuficiente en su lenguaje y bajo ningún motivo pretenciosa. Es un texto claro, de imágenes delicadas y con un mensaje directo, porque para este hablante lírico la vida se encarna entre la cotidianidad de una ciudad que seduce, el cuerpo de una mujer que observa su entorno y un leitmotiv que actúa de escudo permanente. Un leitmotiv que es Dios, guía que orienta el sendero elegido.
“Sabes la distancia que llevas a mi derecha
el vaivén que separa el minuto después del silencio
sabes en qué lugar inclino mi cabeza
y dónde fielmente los mundos cierran sus páginas” (pág. 38).
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